El éxito empresarial no depende solo de las grandes ideas, el capital ni el momento: esto es lo que realmente importa A la hora de impulsar el éxito emprendedor a largo plazo, muchas veces la confianza, la colaboración y las conexiones significativas pesan más que el financiamiento.
Por Roy Dekel
Key Takeaways
- En los negocios, el capital abre puertas, pero las relaciones las mantienen abiertas.
- Los fundadores deben saber que las malas asociaciones cuestan más que los malos productos, y que la bancarrota es un fracaso de liderazgo, no del mercado.
- También es importante recordar que los consumidores no compran productos, compran personas; que la toma de decisiones es un músculo que debe entrenarse; y que la salida no es el final, sino el espejo.
Las opiniones expresadas por los colaboradores de BIZ Experiences son personales

He pasado por todo: empresas que despegaron, empresas que se hundieron, acuerdos que parecían de oro y resultaron ser de arena, y asociaciones que, o multiplicaron el valor o lo mataron silenciosamente. Si hay una verdad brutal que he aprendido tras décadas de construir, comprar, vender y a veces enterrar compañías, es esta:
Lo que realmente determina el éxito no son las ideas, el capital ni el momento oportuno, sino las relaciones.
Es una lección que ninguna hoja de cálculo te enseñará y que ningún pitch deck logrará transmitir en su totalidad. Pero es lo único que todo fundador, CEO, inversionista y socio debe interiorizar si quiere construir algo que perdure.
Déjame explicarlo a través de cinco verdades sin filtros que aprendí de la manera difícil; algunas a través de salidas exitosas, otras a través de quiebras.
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1. Las malas sociedades cuestan más que los malos productos
Un mal producto se puede corregir. Un socio mal alineado es un cáncer dentro del sistema.
Una vez cofundé una empresa con un potencial increíble: sólidos indicadores económicos, una gran adopción inicial y hasta algo de atención en los medios. Pero internamente, el equipo directivo estaba fracturado. Un socio priorizaba los ingresos a corto plazo. Otro se obsesionaba con la perfección del producto. Y yo, atrapado entre ambos, intentaba hacer de árbitro.
¿Adivina qué pasó?
Quemamos efectivo discutiendo. Bloqueamos decisiones. La moral se desplomó. Al final, la empresa murió, no por el mercado, sino porque no supimos apartarnos del camino.
Con el tiempo, aprendí a hacerme esta pregunta antes de cerrar cualquier trato: ¿Quisiera estar en una trinchera con esta persona cuando las cosas se pongan feas? Si la respuesta no es un rotundo sí, entonces es un no.
2. La bancarrota es un fracaso de liderazgo, no del mercado
Sí, los mercados cambian. Sí, las industrias evolucionan. Pero la mayoría de las quiebras que he visto, incluyendo la mía, no fueron culpa de la economía. Fueron consecuencia de malas decisiones, conversaciones difíciles postergadas y señales de alerta ignoradas.
Teníamos una empresa que parecía imparable: crecía rápido, despertaba gran interés entre los inversionistas y escalaba con fuerza. Pero internamente, la gestión estaba fragmentada. El equipo de ventas no se alineaba con operaciones. Las decisiones se tomaban con el ego, no con datos. Ignoramos las tensiones porque las cosas iban "lo suficientemente bien".
Hasta que dejaron de irlo.
Cuando todo colapsó, fue fácil culpar a las condiciones del mercado. Pero la verdad es que fallamos nosotros mismos.
Esa experiencia cambió para siempre la forma en que construyo. Ahora, cada reunión de liderazgo comienza con una sola prioridad: alineación. Si el equipo directivo no rema en la misma dirección, no importa qué tan bueno sea el barco, no va a llegar a ningún lado.
3. Los compradores no compran productos, compran personas
Cuando he logrado vender empresas con éxito, hay un patrón que siempre se repite: estábamos alineados con el comprador en valores, visión y estilo de ejecución.
Una de nuestras mejores salidas no se dio porque tuviéramos la mejor tecnología, sino porque el equipo comprador nos dijo: "Queremos trabajar con ustedes". Sabían que teníamos relaciones sólidas entre departamentos, alta retención de talento y una cultura de transparencia.
Los acuerdos se concretan cuando hay confianza. Punto. No importa qué tan bueno sea tu EBITDA si el comprador no confía en tu liderazgo o en tu equipo.
Si estás preparando una salida, hazte esta pregunta: ¿comprarías esta empresa si no conocieras los números, pero sí a las personas que la dirigen?
Si la respuesta es no, todavía tienes trabajo por hacer.
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4. Tomar decisiones es como un músculo: si no lo entrenas, lo pierdes
La mala toma de decisiones no aparece de golpe. Es una erosión lenta, una suma de cientos de momentos en los que postergas, delegas o evitas decisiones que deberías asumir.
Una de las empresas que lideré empezó a deteriorarse cuando delegamos decisiones clave a mandos medios sin asegurarnos de que estuvieran alineados con la estrategia general. Con el tiempo, la ejecución se desvió. Los lanzamientos de producto no fueron certeros. El marketing perdió foco. Y no nos dimos cuenta hasta que los ingresos se estancaron.
Las empresas sólidas no solo tienen buenos líderes, también tienen buenos sistemas para tomar decisiones.
Ahora, en cada empresa en la que me involucro, priorizamos la higiene en la toma de decisiones. Usamos marcos claros, fomentamos la rendición de cuentas y hacemos revisiones constantes. No se puede subcontratar el buen juicio. Hay que entrenarlo.
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5. La salida no es el final, es el espejo
Cuando vendes una empresa, los términos de esa salida reflejan todo lo que hiciste bien… o todo lo que hiciste mal.
Las buenas salidas ocurren cuando:
- Tienes procesos internos sólidos.
- Tus finanzas están en orden.
- Tu equipo de liderazgo genera confianza.
- Tu reputación te antecede.
Las malas salidas, o peor aún, las que fracasan, ocurren cuando:
- Te apresuraste a armar todo solo para que se viera bien ante los compradores.
- Los compradores perciben desesperación.
- No puedes explicar con claridad cómo funciona la empresa sin ti.
He vivido ambos escenarios y te lo aseguro: pocas cosas atormentan más a un emprendedor que darse cuenta de que mató un gran negocio por no enfocarse en lo fundamental a tiempo.
¿Con qué quedarse entonces? Si pudiera darle solo un consejo a cualquier fundador que esté construyendo una startup hoy, sería este:
Invierte en relaciones antes que en funcionalidades. Construye confianza antes de escalar. Arregla tu modelo operativo interno antes de salir a buscar más ingresos.
El dinero sigue a la alineación. Los compradores siguen al liderazgo. Los equipos siguen un propósito. Si haces bien esas tres cosas, puede que la próxima gran oportunidad sea la que te siga a ti.